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Señales que alertan del Síndrome del Cuidador

El síndrome del cuidador es ese estado de desgaste, fatiga y cansancio provocado por el cuidado de una persona o la atención que se dedica a una persona con necesidades que no puede atender por sí misma, puede tratarse del cuidado de niños, ancianos o personas con necesidades especiales.





Nacemos con la capacidad de darnos a los demás, de ayudarnos y crear reciprocidad. El cuidado es una función que en esta sociedad es muy importante por las atenciones que requiere al otro, el contacto, la empatía, la importancia de entender la vulnerabilidad y la fragilidad del otro. Cuando el cuidado se convierte en la manera de dar sentido a lo que hacemos, lo hacemos con verdadera entrega y dedicación a los demás.


Dotar de sentido nuestros actos no es tarea fácil, ya que a menudo existe un límite que no siempre reconocemos, esto conlleva un lastre que no siempre es fácil de asumir ya que no terminamos de valorar la sobrecarga emocional, física y mental que esto nos supone. Puede suceder en el ámbito sanitario, o puede suceder en cualquier sector en el que estemos al servicio de otros.


Nos movemos en redes de relaciones complejas y a lo largo de nuestro desarrollo evolutivo empezando desde el grado de estabilidad familiar más básico, hasta que somos adultos y atravesamos un difícil proceso en el que una persona tiene que valorar los cambios, dificultades y cómo lo transforman a nivel personal.


No obstante la falta de atención a uno mismo cuando las necesidades propias dejan de ser importantes a menudo acarrean todo tipo de síntomas emocionales y físicos, algunos de los síntomas más presentes:

  • Cansancio persistente.

  • Problemas de sueño y/o alimentación

  • Pérdida de relaciones y actividades a las que antes se solía dedicar tiempo.

  • Desinterés por vivir nuevas experiencias.

  • Elevada irritabilidad o apatía

  • Dolores o molestias sin tener ningún problema de salud aparente.

  • Aislamiento social.

  • Consumo de ansiolíticos y/o antidepresivos en exceso.

  • Niveles de estrés y/o ansiedad elevados.


Entender nuestras emociones, nos ayuda entender las necesidades de otros, comprender cómo nos afectan y saber cómo manejarlas parar para aceptar que esas emociones pueden estar presentes y que como cualquier emoción son estados que no tienen porque acompañarnos siempre de manera persistente. Esto pone a prueba nuestra manera de afrontar las situaciones difíciles de manera que los recursos que pongamos en marcha para afrontarlos también cambien.


Un ejemplo presente son los duelos tras el fallecimiento de un familiar, asumir una enfermedad, la pérdida de algo o alguien cercano. Cada uno tenga un proceso diferente a la hora de experimentar su duelo, esto genera cambios no solo a nivel de relaciones. La ausencia o la pérdida puede significar que un pilar importante deja de estar presente, la reacción a esto pasa por un proceso en el que cada miembro vivirá de una manera diferente esa situación. Ese proceso puede conllevar reacciones de negación, ira, depresión, ambivalencia..., más todo tipo de conflictos internos y externos que traten de dar un equilibrio a la falta del eslabón que sostenía la balanza.


Es un impacto que no es fácil asimilar en cuanto a la cascada de emociones que esto genera, a menudo no se está preparado para la sensación frustración, rabia e impotencia que a menudo esto provoca. Es importante en este tipo de casos saber diferenciar qué es lo que realmente depende de nosotros y qué depende de situaciones ajenas a nosotros que no podemos controlar, conocer bien el caso para no cargar con un peso añadido como es el sentimiento de culpa y desesperanza por no haber podido hacer frente a una situación de lo que se escapaba de nuestro control ni dependía de nosotros poder controlar.


Por otro lado cabe mencionar el aislamiento social que a veces provoca esto, la manera en la que a veces pueden consumirnos las demandas fruto del desbordamiento hasta el punto de abandonar aficiones propias, espacio que antes teníamos dedicado a nosotros o las relaciones sociales de mayor importancia.


Es importante saber comunicar la situación y generar lazos de apoyo cercanos para poder resolver en entornos seguros o grupos de apoyo donde la persona vea el reflejo de si mismo de una manera en la que se pueda sentir arropado y apoyado con personas que estén atravesando situaciones similares.


Es normal a veces sentirse desbordados y es normal necesitar algo de tiempo para pasar el difícil trance de lo que supone una pérdida o situaciones de sobrecarga difíciles de manejar, a veces permitirse salir de ese cúmulo de ambivalencia emocional pudiendo recuperar parte de lo perdido, generando nuevas relaciones, sensaciones positivas y experiencias nuevas puede generar motivaciones nuevas que den un nuevo sentido a la realidad.



Algunas de las alternativas que favorecen el autocuidado:

  • Conocer el momento y la situación que está atravesando la persona a la se le atiende.

  • Reconocer como esto puede afectar en el propio estado de ánimo.

  • Reconocer y saber gestionar las propias emociones y sentimientos.

  • Pedir ayuda cuando se necesita.

  • Recuperar la propia identidad, más allá del rol de cuidador.

  • Buscar espacios para uno mismo.

  • Ejercicios y practicas en grupo de relajación

  • Realizar actividades que favorezcan emociones positivas.






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